Guardado en: Artículos 2008 — 20 Septiembre 2008 @ 6:00 - El Adarve - El blog de Miguel Ángel Santos Guerra
"He leído en el excelente libro de Ken Bain “Lo que hacen los mejores profesores universitarios” una preciosa metáfora sobre lo que hacen, sienten y piensan esos profesores excepcionales. Dice el autor que cuando uno de estos docentes comienza una experiencia de aprendizaje con sus alumnos es “como si un amigo invitase a sus amigos a cenar y no como si un alguacil sentase en un banquillo a un acusado”.
¿Qué sucede con la cena de los amigos? Que quien no va se la pierde. Ni come, ni dialoga, ni disfruta de la compañía, ni aprende cosas nuevas.
¿Qué pasa con quien no se sienta en el banquillo? Que no es juzgado, que no sufre, que no es humillado. Quien no se sienta en el banquillo se libera.
He visto el símil como un auténtico programa para docentes. Cada uno se puede preguntar: ¿es mi aula una mesa para el banquete de amigos o es un banquillo para sentar a los acusados?
Los alumnos pueden decir muchas cosas al respecto. Pueden decir cómo se sienten cuando acuden a las clases, cuando están dentro de ellas, cuando la sesión ha terminado.
Los amigos se respetan, se ayudan, se quieren. Los acusados son juzgados y, probablemente, castigados. El propio banquillo ya es un castigo.
Ya sé que el aprendizaje requiere esfuerzo. Ya sé que es preciso sacrificarse para mantener una atención intensa, para comprender lecciones complejas y para realizar tareas difíciles. Pero el sacrificio que tiene sentido, que se realiza en un ambiente relajado y con ayuda de otras personas es de diferente naturaleza al que se realiza sin sentido y en un clima hostil.
¿Cómo puede el profesor crear un ambiente comparable a una cena de amigos? ¿Cómo puede conseguir un clima en el que el aprendizaje sea una aventura placentera?
- Queriendo a los alumnos, tratándolos con respeto, esforzándose por ser mejor.
- Disfrutando con aquello que hace, mostrándose feliz por participar en esa experiencia compartida.
- Conociendo el nombre de cada uno de sus alumnos o alumnas, sabiendo quién es cada uno, interesándose por sus dificultades.
- Haciendo fácil la formulación de preguntas, invitando a todos a preguntar lo que no entienden, haciendo ver que quien pregunta no impide el avance sino que lo promueve.
- Dando cabida en las clases al humor, tanto por su parte como por la de los alumnos.
- Llegando puntual (la puntualidad es un signo de respeto) y pidiendo disculpas y dando explicaciones cuando no lo hace.
- Reconociendo las limitaciones y los errores, manifestando humildemente que no es omnisciente ni omnipotente.
- Invitando a la participación de todos y todas en la elaboración del programa y en su desarrollo y evaluación.
- Estando abierto a las críticas que formulan los alumnos y dispuesto a realizar los cambios propuestos cuando los considere razonables.
- Exigiendo a todos el máximo respeto a las intervenciones de cada uno.
- Estando abierto al diálogo tanto con cada alumno como con el grupo en general.
- Mostrándose cercano y accesible, tanto en el aula como fuera de ella, especialmente en la tutoría.
- Convirtiendo la evaluación en un proceso de aprendizaje y no sólo en un mecanismo de dar calificaciones.
- Dominando la asignatura y mostrándose dispuesto a ser también un aprendiz con sus alumnos y de sus alumnos.
- Ingeniándoselas para convertir las clases en experiencias atractivas y apasionantes.
Para que haya una buena cena, tiene que haber un buen anfitrión, pero también tienen que ser buenos los comensales. Y, por supuesto, extraordinarios en calidad y condimento los alimentos.
Se ha insistido poco en la necesidad de que haya buenos alumnos para que pueda haber buenos profesores. Si los comensales son displicentes, groseros, perezosos y antipáticos es difícil organizar una buena cena.
Reproduzco este curioso diálogo entre Isabella y David en la voluminosa novela de Carlos Ruiz Zafón “El juego del Ángel”:
- Es usted el peor maestro del mundo (dice Isabella).
- Al maestro lo hace el alumno, no a la inversa (apostilla Martín).
Pienso en una relación asimétrica marcada por la influencia del maestro, pero se ha olvidado muchas veces la importancia que tiene para el ejercicio del buen magisterio el hecho de que haya buenos alumnos.
Hace unos años pedí a mis alumnos, al comienzo de curso, que me escribieran un texto sobre la siguiente cuestión: ¿Cómo me defraudaría mi profesor en este curso? Lo hicieron. Pero yo les escribí a ellos otro titulado: ¿Cómo me defraudarían mis alumnos durante el curso? Cuando leímos nuestros comentarios acabamos concluyendo que deberíamos redactar juntos un nuevo texto: ¿Cómo nos defrauda el sistema a ambos? Y así lo hicimos. Todos aprendimos.
Siguiendo con el símil de la cena, no podemos dejar al margen la calidad, la cantidad, la variedad y la condimentación de los alimentos. Me refiero a la riqueza de los contenidos del aprendizaje, a la coherencia y a la capacidad nutritiva del curriculum. Pierde mucho valor una cena a la que acuden comensales con apetito pero que no tienen nada sabroso y abundante que comer. Es probable que acaben diciendo:
- Hubiera sido preferible hacerme un bocadillo y no moverme de casa."
Miguel Ángel Santos Guerra